sábado, 11 de mayo de 2013

El Misterio del Crimen del Lobo, Capítulo 1


        

EL MISTERIO DEL CRIMEN DEL LOBO CAPITULO I


Caperucita roja, así solía llamarme mi madre cuando era pequeña. Me llamaba así por la chaqueta que llevaba, me la cosió ella misma, a mano. Nosotros habíamos tenido una vida muy humilde. Mi padre trabajaba en el campo del señor del feudo, mi madre se dedicaba a la costura. Esta época era difícil para nosotros, la clase baja de la sociedad, no era la que mejor vivía. No podíamos cambiar de estamento, pero aún así vivíamos como podíamos.

Nuestra vida era muy dura. Mi padre se levantaba temprano cuando el Sol apenas había coronado la cima y el gallo aun no  daba el aviso de un nuevo día. Mi madre me llevaba al taller, y yo allí dormía enrollada en unas mantas de lana de oveja. Mis padres trabajaban desde la madrugada hasta la tarde. A la tarde ya podíamos descansar.

 Nuestra casa era humilde, solo constaba de una única habitación, donde teníamos la hoguera para cocinar, dos pucheros, cinco platos, unos cuantos cubiertos, un colchón relleno de paja donde dormían mis padres y una manta rellena de lana donde dormía yo. El pueblo no podía tener caprichos, los de los caprichos eran el clero y la nobleza. Aquellos que el destino había premiado hasta el fin de sus días. Los domingos íbamos a misa, y allí nos encontrábamos con nuestros conocidos. Las misas eran en latín, nosotros no nos enterábamos mucho pero, había que ir a misa. Los inviernos eran muy duros, mucha gente moría. Teníamos que hacernos con dos cosas necesarias: comida y refugio. Si una de estas cosas faltaba, estabas perdido.

Pero un día, llegó lo peor. Estábamos en casa durmiendo cuando de pronto llamaron a la puerta fuertemente. Mi padre salió a recibir.
Era Vicenta, la dueña de la casa de al lado. Estaba empapada en lágrimas.

-¿Qué te pasa Vicenta?- preguntó mi madre
-Mi hija. Mí querida niñita…
-¿Qué sucedió?- dijo mi padre
-Esta noche, la mandé a por agua al río. Allí la atacó una fiera, y murió.- dijo llorando desconsoladamente
-¿Cómo?- preguntó mi padre
-Sí, tardaba mucho y mandé a mi esposo en su busca. Cuando vino me dijo que la había encontrado al pie del río.
-El bosque es muy peligroso. Hay muchos animales que pueden dejarte sin vida, giras la cabeza un momento y ya están encima de ti-dijo mi madre.

Ese no fue el primer asesinato. Poco a poco se fueron produciendo  más, y no solo en el bosque. Un día aparecía alguien sin vida en el mercado, otra al pie de las calles, otra en la plaza.

-Tiene que ser un hombre, los lobos no se acercan mucho por la ciudad.- se escuchaba por las calles.
Un día apareció muerto el hijo del rey. Al parecer estaba en el bosque bañándose en el río. Los guardias que iban con él huyeron despavoridos sin hacer apenas esfuerzo por salvarle la vida y allí estaban dando avisos por las calles.

-Es un lobo, un lobo asesino- decía uno
-Un lobo que parece un hombre, caminaba erguido- acompañaba el otro.

La gente empezaba a temer por los crímenes, empezó a hacerse con armas. Todo valía. Había algunos incrédulos que no creían y se adentraban en el bosque y no salían con vida. Leñadores, granjeros, clérigos, mujeres indefensas, niños, mozos artesanos, incluso el mismísimo hijo del rey habían sido asesinados por el lobo. Por unos años, dejaron de cometerse crímenes, pasaron dos, tres, incluso cinco años sin ningún otro crimen.

Pero el día más aterrador llegó. Era una tarde de invierno fría, aún faltaban unas cuantas horas para que el Sol se pusiera. Mi padre había sufrido un accidente en el trabajo se dañó la pierna al caerse. Necesitaba reposo. Aun así había que ir a por leña al bosque. Teníamos el permiso del señor para hacerlo. Mi padre no podía ir, así que tuvo que ir mi madre. Mi madre se despidió de mí y me abrazó por si algo malo la ocurriese. Me dijo que no le dijese nada a mi padre porque entonces, se temía lo peor.

Pasaron dos horas, tres, seis hasta que el cielo oscureció. Mi padre despertó de la siesta y preguntó por mi madre. No tuve más remedio que decírselo y corrió a toda prisa en su busca. Al llegar trajo a mi madre en brazos, la soltó en el suelo y se tiró en el suelo a llorar. No terminaba de creérmelo, mi madre. La fiera la había matado, estaba sin vida. Yo había tenido la culpa de dejarla ir.

-Yo he sido la culpable, padre perdóname- dije llorando
-Tuya no es, si no es mía por haber sido tan inútil, yo mismo había podido ir a por la leña. – dijo desconsolado.

Aquel día fue trágico, doloroso. Como mil flechas en llamas clavándose en mi corazón, Tenía el alma partida. Desde ese día mi padre juró que el mataría a esa fiera con sus propias manos.












NOTA: Cada sábado saldrá un nuevo capítulo

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