EL MISTERIO DEL CRIMEN DEL LOBO CAPITULO I
Caperucita
roja, así solía llamarme mi madre cuando era pequeña. Me llamaba así por la
chaqueta que llevaba, me la cosió ella misma, a mano. Nosotros habíamos tenido
una vida muy humilde. Mi padre trabajaba en el campo del señor del feudo, mi
madre se dedicaba a la costura. Esta época era difícil para nosotros, la clase
baja de la sociedad, no era la que mejor vivía. No podíamos cambiar de
estamento, pero aún así vivíamos como podíamos.
Nuestra
vida era muy dura. Mi padre se levantaba temprano cuando el Sol apenas había
coronado la cima y el gallo aun no daba
el aviso de un nuevo día. Mi madre me llevaba al taller, y yo allí dormía
enrollada en unas mantas de lana de oveja. Mis padres trabajaban desde la
madrugada hasta la tarde. A la tarde ya podíamos descansar.
Nuestra casa era humilde, solo constaba de una
única habitación, donde teníamos la hoguera para cocinar, dos pucheros, cinco platos,
unos cuantos cubiertos, un colchón relleno de paja donde dormían mis padres y una
manta rellena de lana donde dormía yo. El pueblo no podía tener caprichos, los
de los caprichos eran el clero y la nobleza. Aquellos que el destino había
premiado hasta el fin de sus días. Los domingos íbamos a misa, y allí nos encontrábamos
con nuestros conocidos. Las misas eran en latín, nosotros no nos enterábamos
mucho pero, había que ir a misa. Los inviernos eran muy duros, mucha gente
moría. Teníamos que hacernos con dos cosas necesarias: comida y refugio. Si una
de estas cosas faltaba, estabas perdido.
Pero
un día, llegó lo peor. Estábamos en casa durmiendo cuando de pronto llamaron a
la puerta fuertemente. Mi padre salió a recibir.
Era
Vicenta, la dueña de la casa de al lado. Estaba empapada en lágrimas.
-¿Qué
te pasa Vicenta?- preguntó mi madre
-Mi
hija. Mí querida niñita…
-¿Qué
sucedió?- dijo mi padre
-Esta
noche, la mandé a por agua al río. Allí la atacó una fiera, y murió.- dijo
llorando desconsoladamente
-¿Cómo?-
preguntó mi padre
-Sí,
tardaba mucho y mandé a mi esposo en su busca. Cuando vino me dijo que la había
encontrado al pie del río.
-El
bosque es muy peligroso. Hay muchos animales que pueden dejarte sin vida, giras
la cabeza un momento y ya están encima de ti-dijo mi madre.
Ese
no fue el primer asesinato. Poco a poco se fueron produciendo más, y no solo en el bosque. Un día aparecía
alguien sin vida en el mercado, otra al pie de las calles, otra en la plaza.
-Tiene
que ser un hombre, los lobos no se acercan mucho por la ciudad.- se escuchaba
por las calles.
Un
día apareció muerto el hijo del rey. Al parecer estaba en el bosque bañándose
en el río. Los guardias que iban con él huyeron despavoridos sin hacer apenas
esfuerzo por salvarle la vida y allí estaban dando avisos por las calles.
-Es
un lobo, un lobo asesino- decía uno
-Un
lobo que parece un hombre, caminaba erguido- acompañaba el otro.
La
gente empezaba a temer por los crímenes, empezó a hacerse con armas. Todo
valía. Había algunos incrédulos que no creían y se adentraban en el bosque y no
salían con vida. Leñadores, granjeros, clérigos, mujeres indefensas, niños,
mozos artesanos, incluso el mismísimo hijo del rey habían sido asesinados por
el lobo. Por unos años, dejaron de cometerse crímenes, pasaron dos, tres,
incluso cinco años sin ningún otro crimen.
Pero
el día más aterrador llegó. Era una tarde de invierno fría, aún faltaban unas
cuantas horas para que el Sol se pusiera. Mi padre había sufrido un accidente
en el trabajo se dañó la pierna al caerse. Necesitaba reposo. Aun así había que
ir a por leña al bosque. Teníamos el permiso del señor para hacerlo. Mi padre
no podía ir, así que tuvo que ir mi madre. Mi madre se despidió de mí y me
abrazó por si algo malo la ocurriese. Me dijo que no le dijese nada a mi padre
porque entonces, se temía lo peor.
Pasaron
dos horas, tres, seis hasta que el cielo oscureció. Mi padre despertó de la
siesta y preguntó por mi madre. No tuve más remedio que decírselo y corrió a
toda prisa en su busca. Al llegar trajo a mi madre en brazos, la soltó en el
suelo y se tiró en el suelo a llorar. No terminaba de creérmelo, mi madre. La
fiera la había matado, estaba sin vida. Yo había tenido la culpa de dejarla ir.
-Yo
he sido la culpable, padre perdóname- dije llorando
-Tuya
no es, si no es mía por haber sido tan inútil, yo mismo había podido ir a por
la leña. – dijo desconsolado.
Aquel
día fue trágico, doloroso. Como mil flechas en llamas clavándose en mi corazón,
Tenía el alma partida. Desde ese día mi padre juró que el mataría a esa fiera
con sus propias manos.
NOTA: Cada sábado saldrá un nuevo capítulo
Muy interesante... Y misterioso
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