viernes, 3 de mayo de 2013

Lágrimas del destino, Capítulo II


Capítulo II

-Página 125-dijo el profesor. En el colegio todo era aburrido. Había algunas clases donde me enteraba de todo, y otras donde parecía que el profesor hablaba en chino. Me gustaba lengua, plástica, e inglés, pero no soportaba matemáticas. Siempre me costaba aprobarlas, nunca saqué más de un seis. Me mantenía en el cinco, algunas veces la suerte me premiaba con un seis, o incluso, me sorprendía con un siete.
Como en todas las clases, siempre hay tres o cuatro que no dejan de molestar, estos eran tres: Víctor, Manuel y Guillermo. Siempre estaban igual, no paraban de hablar, ni de hacer ruiditos. A veces la profesora los mandaba callar y obedecían, pero era muy raro que hiciesen caso, la mayoría de las veces la ignoraban. Como en todas las clases, siempre está el típico listillo que lo sabe todo. Era Jesús, el que levantaba la mano tan rápido como el cocodrilo que se lanza sobre su presa. Luego estaban los alumnos normales, el grupo donde estábamos Rubén, Daniel, Eva y yo. Eva era mi gran amor, nunca me había atrevido a decirla nada, a veces la miraba tímido y sonreía ella parecía no inmutarse. Rubén y Daniel eran muy buenos amigos, siempre jugábamos en el patio, unas veces a los guerreros, otras veces a los piratas, otras veces a los caballeros, otras veces a los vaqueros, y muchos más juegos que nos inventábamos. Otras veces nos apuntábamos a jugar al fútbol, pero desde que a Rubén le dieron un balonazo en la cara, preferimos no jugar.
-Para mañana las divisiones de las páginas 126 y 127- dijo el profesor de matemáticas
-¡Qué más da! Si no lo vamos a hacer- dijeron al unísono los de siempre
Tocaba recreo. Me había traído los cromos de fútbol para cambiarlos. Me faltaban cincuenta para terminar la colección. Poco después sonó la sirena y pudimos salir.
-¿Os habéis traído los cromos?-les pregunté a Rubén y a Daniel
-Sí, aquí tengo mi taco-dijo Rubén sacando un buen taco de cromos con una goma que los sujetaba
-Yo también los traigo-dijo Daniel aunque su taco era más pequeño
Vamos a cambiarlos.
(MIENTRAS TANTO EN LA CASA)
-¡Clara! Venga aquí ahora mismo
-Dígame señor Agustín
-¿Ha visto a mi mujer? Son las doce, debería haber llegado del taller de costura hace media hora
-No la he visto, llevo toda la mañana en casa y por aquí no ha venido nadie
-Bueno, habrá que esperarla, pero más la vale que no tarde, ¡Tiene que prepararme la comida!
(Clara)
Continué con mis labores de la casa, todos los días hacía lo mismo, pero bueno era mi trabajo. Me parecía extraño que la señora Carmela tardase tanto, aunque, si ese señor fuera mi marido, juro que no volvería a asomar la cabeza por aquí. Pasé el polvo por la cómoda de la habitación de los señores y… cuando pasé el polvo por detrás, cayó algo, era una carta. La firmaba la señora Clara, al parecer había huido, porque no aguantaba a su marido. Al final de la carta, decía que tenía algo muy importante que decirme, y que muy pronto me escribiría. Estaba asombrada.
De repente entró a la habitación el señor Agustín y me arrebató la carta de las manos y entonces dije:.
-La señora Carmela, ha huido.
-¡Que disparate es este! ¿Qué se cree? ¿Qué encontrará un marido mejor?, pobre de su ignorancia-dijo Agustín.
-Déjala que se vaya, verás como vuelve al cabo de la media noche, no aguantará-terminó y salió de la habitación.
Llegué del colegio, el día había sido duro, había conseguido diez cromos nuevos, sólo cuarenta para cavar la colección. Iba a subir a por mí álbum cuando mi padre me dijo:
-Siéntate Santiago, tenemos que hablar-dijo mi padre con la mirada perdida
-Tu madre, ha huido de casa. Es posible que, no la volvamos a ver. No la entiendo, dice que yo soy un pésimo marido, ¡eso es que no me valora! - dijo con ira.
-¿Cómo que se ha ido?, no, no es posible, ¡No! ¡Mamá! ¡Mamá! ¿Dónde estás?- dije gritando con desesperación.
Asombrado. Sin palabras. Mi madre, había huido. Corrí hacia mi refugio, que estaba en lo alto de una pequeña montaña. Y comencé a llorar. 

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