El Misterio del Crimen del lobo, Capítulo III
Me dispuse a abrir ese sobre tan extraño. Me detuve a
observarlo. Estaba lacrado con un sello, un sello con una enorme “S” enroscada
a dos barrotes. Y abrí la carta con delicado cuidado. Decía así:
Querida
Caperucita:
El
lobo que estás buscando, si quieres encontrar.
Con
mucho cuidado tendrás que andar, pues si no miras bien por dónde vas, la muerte
acechará
Se
trata de un macabro juego, tú eres la protagonista, debes descubrir mi crimen,
si ganas me delatarás
Y se
acabarán mis crímenes. Si pierdes, no podrás contarle nunca a nadie de quien se
trata el lobo.
Firmado:
El Lobo
Asustada y de presa del pánico salí a la calle corriendo,
abrí la puerta y me topé con mi padre que ya había vuelto. Le abracé y me puse
a llorar.
-¡El lobo ha estado aquí padre!- le dije
-¡¿Cómo? Eso no es posible- me consolaba él
-Él me ha dejado esta carta cuando yo me fui a la iglesia
-¡¿Cómo?! Si el lobo es una fiera, ¡No sabe escribir!...
-El lobo no se trata de un fiera padre, ¡Es un hombre!,
los guardias reales estaban en la puerta de la iglesia y me han confirmado que
¡el asesino es un hombre!- le confesé
-A si que el asesino se trata de un hombre, un hombre
desde luego nada cuerdo- dijo En su día prometí que acabaría con él con mis propias
manos, ya sí lo haré. Pienso remover lo que haga falta para encontrar al hombre
que mató a mi esposa.- dijo acompañado de un puñetazo a la mesa de madera.
¿Quién podría ser el asesino?, ¿le conocía? Dudas que
llenaban mi cabeza como el cielo gris se llenaba de nubes negras. Regresé
después de comer hacia la iglesia, para poder hablar con el Padre Alfonso.
Llegué a la iglesia y me encontré con el Padre Bernardo que sustituía a el
Padre Alfonso en su ausencia.
-Hija mía, siento la pérdida de tu madre. Pero piensa que
ahora estará con Dios –me dijo muy sosegadamente
-Sí, eso espero Padre. Recuerdo que mi madre tenía que
venir a hablar con el Padre Alfonso, vengo por eso y porque me gustaría hablar
con él ¿está por aquí?- le dije
-Sí está por la sacristía pasa por aquí, sígueme.- me
dijo
Entré en el despacho y allí estaba el Padre Alfonso muy
atareado escribiendo en una hoja.
-Bienvenida hija mía, ¿cómo estas Amapola?
-Bueno, más tranquila…
-Ya cesará tu dolor, ahora ten fe. ¿Qué te trae por aquí?
-Bueno, mi madre tenía pendiente hablar con usted
-Es cierto para firmar su anulación de entrada en el
convento, ¿verdad?
-¿Anulación?- dije desconcertada
-Sí, tu madre me dijo que iba a entrar en el convento
hace dos años, luego decidió no entrar y estuve esperando meses, sin su
respuesta y ahora que ha…
-Eso no lo sabía, puede estar seguro ya de que no
entrará.
Después de hablar con el Padre Alfonso, para que me
absolviera de mis pecados me retiré del despacho y justo antes de salir una
mano paro mi cuerpo, era el Padre Bernardo.
-¿Podemos hablar un momento hija? Me dijo entre susurros
-Claro
-Vayamos fuera, pueden oírnos
-¿Qué quiere?- le pregunté
-Verás como bien te ha dicho el Padre Alfonso, tu madre
decidió entrar en el convento, ella se lo pensó dos veces y al padre Alfonso no
le gustó nada… juró que se vengaría. Pero no se si se trata de el lobo
-¡¿Cómo dices?!dices que puede ser el el lobo?
-no es eso querida, no estoy seguro pero hay más. Escucha
atentamente. Tu vino una noche de lluvia inmensa, solo yo estaba en la iglesia
dormía esa noche allí. Alguien entró en la iglesia, era tu madre. Al parecer
huía de algo. Luego me pidió confesión y aunque no puedo decirte nada me
confesó algo muy extraño…
-¿El qué?
-No puedo decírtelo Dios, no me lo perdonaría
-Por favor Padre Bernardo ¡ayúdeme!
-Bien, señor lo hago por Amapola que su madre ya está en
tu reino, espero que me perdones-dijo mirando al cielo
-Cielo… tu madre, tenía un amante.
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