El Misterio del Crimen del lobo,Capítulo VI
Ya estaba en casa. Había salido viva de aquel lugar
oscuro y tenebroso. Aunque seguía corriendo por mi cuerpo esa sensación de
miedo, y de horror. Qué hombre más rudo, había matado delante nuestra aquel
indefenso conejo para comérselo, muy fácil para él acabar con un animal, imagínate,
lo fácil que sería acabar con una persona. Sin duda era un principal
sospechoso. Me habían contado que tenía un hijo más o menos de nuestra edad,
tenía unos 16 años. Era bastante apuesto y siempre me había gustado. Nunca
había estado con ningún chico ya que mi padre tenía un candidato para mí. Pero
ya no habíamos vuelto a verle.
Cuando llegué a casa mi padre me había preguntado dónde
había estado toda la tarde. Yo le mentí, y le dije que había estado en casa de
mi abuela. Si mi padre se llegase a enterar de que merodeaba por el bosque
sería él, el que se convertiría en una fiera conmigo.
Reposé mi cuerpo
en aquel colchón de paja. Miles de dudas y teorías llenaban mi cabeza, cuando
terminaba una, se me ocurría otra, y cuando acababa una volvía a la anterior.
Al fin acabé por dormirme. Cuando todo estaba tranquilo, de pronto la ventana
quebró en mil pedazos y entró tras el golpe un hombre que llevaba en la mano un
hacha yo intenté gritar, pero él puso su mano en mi boca antes de que pudiera
hacerlo. Solo podía ver sus ojos, eran de un rojo sangre y daban bastante
miedo. Mientras me tapaba la boca decía con su voz que parecía provenir del
mismo infierno: -Caperucita, nunca descubrirás quien soy, antes te mataré. No
llegarás a tiempo. Y justamente antes de clavarme el hacha hasta lo más
profundo de mi cuerpo, desperté. Todo había sido un horrible sueño, el lobo no
estaba ni había entrado en casa. Tal vez de tanto pensar en eso, había
provocado la pesadilla.
Mi padre se había ido como cada mañana, y decidí salir.
Aún pensaba en la pesadilla, el lobo me había llamado Caperucita, aunque fuese
un sueño, era muy extraño ya que solo mi abuela y mis padres me llamaban así.
Cogí la chaqueta roja de mi madre, y salí a la calle. Iba a ver a mi abuela,
hacía mucho tiempo que no la veía. Desde que… mi abuelo había sido herido de
muerte por el lobo, años atrás. Se enamoró de un hombre, llamado Manuel. Yo no
le consideraba mi abuelo, aunque era un hombre muy agradable, era simplemente,
un hombre que amaba a mi abuela.
Aún no se habían casado, pero pronto sonarían las
campanas de boda. Cuando llegué me abrió Manuel.
-¿Qué haces por aquí Amapola?- dijo
-Bueno, vine a visitaros un rato.
-Pasa, pasa. Verás que alegría se llevará tu abuela
Cuando entré vi la casa igual, solo que estaba más
desordenada mi abuela tejía una bufanda para el invierno.
-¡Caperucita! ¡Dichosos los ojos! Ven aquí mi niña- dijo
mientras me estrujaba. –Bueno, ¿qué tal estas?
-Me encuentro un poco mejor pero aún no estoy bien,
abuela. La confesé
-Sé que es difícil Caperucita, pero tarde o temprano
apresarán a ese malvado asesino
-Claro que lo encerrarán, ese maldito loco merece lo
peor- completó Manuel
-Y yo lo descubriré sabéis
-No digas locuras cielo, es mejor que eso se lo dejes a…-
dijo mi abuela
-no hay más que hablar. Yo misma descubriré y
desenmascararé a ese maldito asesino y cuando lo encuentre… lo lamentará
-Sobre todo Amapola, Ten cuidado, y no te acerques al
bosque ¿entendido?, no me gustaría perderte también a ti.- Dijo Manuel
-Ni siquiera nosotros vamos, Manuel, va a instalar un
pozo cerca de aquí, o si no compraremos el agua por la ciudad.
-Yo con esta cojera no puedo ir a ningún lugar, imagínate
como para salir corriendo si me persigue ese asesino- confesó Manuel
-Bueno he de irme, mi padre está al llegar.
-Ve con cuidado- dijeron los dos a coro
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